Política de pueblo

Ramón Marí. Alcalde de Albal/

No sé si han oído algo en los medios o en las redes, pero vivimos tiempos de incertidumbre. Ni postverdad, ni ‘procés’, ni cualquier otra etiqueta con la que nos machacan a modo de tendencia. Hemos vivido crisis económicas, migraciones, guerras mundiales, pero nunca en la época contemporánea –si no más allá- hemos tenido esta sensación de qué nos va a deparar el futuro. Han sido tiempos complicados algunos, de esperanza otros; con penurias y con progreso; con austeridad y con desarrollo, pero siempre con la certeza de que el futuro no iba a depararnos grandes sorpresas. En el momento de mayor conocimiento del ser humano es cuando más incerteza hay en el cálculo del futuro.

Y en esas estamos cuando vemos a los representantes políticos, los de pueblo como yo y los de estados, naciones, países, autonomías o entelequias, afanados en conseguir acertar en el diagnóstico para elaborar la fórmula a aplicar mañana. La indignación actuó durante un tiempo como esa adrenalina que revoluciona el sistema, pero ya se ha convertido en inmune.
Certezas. Es lo que la gente necesita. Desterremos virus políticos como el cortoplacismo, el egocentrismo, la ineptitud, el populismo o el corporativismo para inyectar como antídoto una dosis de política de pueblo, cercana, la que escucha, dialoga, resuelve, arregla y proyecta con el simple objetivo de vivir mejor. Ante la incertidumbre, más política de pueblo, aunque algunos se empeñen en aplicar la máxima marxista –de Groucho- de que la política es el arte de hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Así les va.

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