Los turistas y nosotros
Hay muchas formas de viajar, de desplazarse a otros lugares para olvidar por unos días el de uno mismo. Viajar es conocer lo desconocido, ciudades, países, culturas… o simplemente vivir experiencias ajenas a nuestro entorno.
La paradoja es que desde hace ya años, esos lugares a los que queremos viajar se están transformando, en varios sentidos. Por un lado, asistimos a ‘homogeneización’ de las ciudades, donde las principales vías están copadas por los mismos tipos de servicios y comercios, véase locales franquiciados de marcas conocidas en todo el mundo, que son los que pagan los alquileres de establecimientos que el comercio local no puede asumir.
Por otro lado, aquéllos puntos de las ciudades donde se detecta cierta afluencia de visitantes, empiezan a cambiar en pro de potenciar el aumento del número de visitas. Abren más hoteles y surgen nuevos ‘alojamientos turísticos’, véase, casas y pisos particulares en alquiler. Un piso en el centro de una ciudad turística es mucho más rentable si se alquila por días o por semanas a precio de ‘turista’, que si se ofrece a inquilinos locales, que pagarían 4 o 5 veces menos este precio.
Como decíamos, la paradoja es que aquéllos lugares a los que queremos ir, para conocer ‘lo diferente’, son cada vez menos diferentes. Barrios y ciudades se preparan para recibir al visitante, y ven como el ciudadano se desplaza, se va. Así, el turista llega a un lugar que principalmente está habitado por otros turistas y cuyos servicios locales están preparados exclusivamente para él. Este fenómeno está dando lugar a casos de barrios o ciudades que ya no pueden asumir el número de visitantes, ni convivir con sus propios habitantes; Dubrovnik ,Venecia o Barcelona ya han llegado ahí.
Cierto es que para replantear el problema debemos de partir de la premisa de que el turismo es una actividad que todos queremos practicar y una fuente de desarrollo local que debemos cuidar. La cuestión está entonces en aumentar su calidad. Más allá del cobro de ‘tasas turísticas municipales’, están empezando a desarrollarse políticas que sin renunciar al visitante, tratan de alcanzar cierto equilibro en la convivencia de turista y ciudadano. Registrar, regular y limitar el alojamiento es la primera medida. Potenciar recorridos y visitas culturales, con guías excelentemente formados. Gastronomía, comercio y producto local. Y por supuesto, contener definitivamente la ocupación del territorio, potenciando actividades de desarrollo sostenible en los espacios naturales y las playas. Así, podemos ir mejorando la reputación y el significado de la palabra ‘turista’, sin olvidar que nosotros también los somos.