Arquitectura de verano
1962: ‘Sin duda, Benidorm es ahora el lugar valenciano de mayor prestigio turístico. En general, la costa de la Marina está sacando un buen partido de las delicias de su mar y de su temperatura, y Benidorm va a la cabeza de esta explotación. Los más viejos de la localidad se hacen cruces ante el descoco indumentario y el poliglotismo de los clientes. ‘La felicidad y la inocencia se han perdido’, concluía con ellos don Gabriel Miró. Quizá se habrán perdido, si alguna vez las hubo: no lo sé. Pero más cierto es que Benidorm progresa y se defiende como nunca. El negocio de la hostelería tiene anchas posibilidades, y la gente no ha de emigrar ya’.
Y así empezó. Joan Fuster describió entonces una nueva forma de vivir el verano, en uno de los tomos de la colección ‘Guías de España’. Había nacido el ‘turismo de masas’, y lo que es hoy Benidorm ya lo conocemos. El territorio y la arquitectura de la costa valenciana se tuvo que adaptar a ello, es más, lo hizo con tanto entusiasmo como descontrol.
Los años 60 se ocuparon de crear una arquitectura de verano, edificios pensados como segunda residencia, tanto para el turista como para el veraneante local. No existían a penas núcleos de población a primera línea de playa, ya que la costa valenciana estaba ocupada casi íntegramente por humedales y marjal. A nadie se le había ocurrido construir en un terreno inestable y propenso a las plagas, hasta entonces. Y fue un gran negocio.
A principios del s. XX, el concepto de residencia de verano lo acaparaba una minoría burguesa que se construyó sus villas o chalets en zonas de playa como la Malvarrosa de València o Benicàssim, o de ‘montaña’ como Godella o Rocafort. También existía el tipo ‘Balneario’ de playa o montaña como alojamiento vacacional de élite, y el término ‘hotel’ se reservaba exclusivamente para el centro de las ciudades. El desarrollismo de los 60 favoreció un turismo de masas, que empezó a ocupar grandes edificios de bloques de apartamentos. Una residencia temporal cerca de la playa y con un pequeño balcón era suficiente para atraer al visitante, y esto provocó una nueva forma de ocupar el territorio: la concentración masiva y estacional de esas ‘zonas de playa’.
Este modelo de urbanismo que se creó en Benidorm, fue reproducido en infinidad de lugares de la costa valenciana y española. Al principio era el turista extranjero el que demandaba apartamentos de alquiler u hoteles en la playa, pero a partir de los 70, se construyeron edificios para el veraneante local, el que vivía durante el año a pocos kilómetros al interior de la costa, pero que quería pasar los meses de verano frente al mar. Municipios como El Puig, la Pobla de Farnals, el Saler o el Perellonet construyeron las primeras residencias veraniegas cercanas a la ciudad de València. Torres, complejos residenciales o urbanizaciones. Existía además otro tipo de segunda residencia que miraba al interior, ‘la caseta de secano’, que huía de la masificación playera y se constituyó en forma de ‘urbanizaciones’ de montaña, muchas de ellas sin ningún tipo de ordenación urbanística y ocupando terrenos más extensos.
Y así llegamos a una situación en la que la ocupación del territorio se hizo insostenible. Las ‘zonas de playa’ han alcanzado una superficie igual o superior a la de los núcleos urbanos, y sin embargo no son habitadas más de tres meses al año. ¿Existe alguna estrategia para utilizar estos edificios de manera más eficiente?
La sostenibilidad de la arquitectura no solo atiende a la eficiencia de su construcción, sino también a la de su propia utilización eficaz. El principal problema de la arquitectura de verano es ese, que es solo para el verano. Así que de igual modo que el turismo tiende a ir más allá del ‘sol y playa’, también la arquitectura debe intentar desestacionalizarse.
Por un lado, los avances técnicos y las soluciones constructivas adecuadas hacen posible un acondicionamiento de los bloques de apartamentos para adaptarse las condiciones climáticas de ‘fuera de temporada’, y así, cada vez más, son ocupados por inquilinos ‘todo el año’ que buscan alternativa a los precios imposibles de la vivienda en la ciudad. De la misma forma, también las segundas residencias pueden ser utilizadas cada vez más los fines de semana del resto del año.
Por otro lado, se buscan usos alternativos. ¿Quién puede querer vivir en apartamentos los meses alternativos al verano? Pues por ejemplo, los estudiantes. Un modelo pionero ha sido el de establecer una sede universitaria en una zona de playa, es el caso de la Universidad de València en la playa de Gandía. Precios asequibles y utilización de recursos de manera continua; eso sí, a partir de julio los estudiantes se van. También un tipo de habitante desestacionalizado es el senior, aquél cuya jubilación le permite veranear fuera de los meses de verano, y ocupar también estos lugares. Pero claro, esto requiere de una previa dotación de infraestructuras, servicios de transporte, comercios, etc. que lo hagan posible.
Y volvemos al modelo Benidorm. La brutal transformación de aquél pueblo pesquero no tuvo vuelta atrás, y sin embargo, el ‘Manhattan valenciano’ es considerado uno de los modelos urbanísticos de costa más eficientes a nivel internacional. Por un lado, el tipo de construcción de edificios en altura hace posible la ocupación de una gran cantidad de habitantes en muy poca superficie (y por tanto, la menor destrucción del territorio), a la vez que la separación entre las torres es suficiente para crear zonas verdes y de esparcimiento, y permitir una ‘unánimes vistas al mar’. Por otro, se ha conseguido que la ocupación turística del municipio cubra prácticamente todo el año. Gracias a las buenas condiciones climáticas, sí, pero también a un modelo que ha apostado por ello desde aquellos años 60 en que empezó todo.
La diferencia entre entonces y ahora es que, aunque aún queremos tener una ‘arquitectura de verano’ como segunda residencia, ahora hay que pensarla en términos sostenibles, aunando recursos y preservando lo que queda de territorio natural. Y esto, como Benidorm, tampoco tiene vuelta atrás.