Ácido carbólico y la cirugía antiséptica

Serie: Cómo la Química transforma el mundo

Juan José Borrás Almenar – Universitat de València

 

Hasta el primer tercio del siglo XIX, cualquier operación de cirugía, incluso en el ámbito de los modernos hospitales con que ya se contaba en Europa en esa época, era una aventura de alto riesgo para el paciente. Aunque la cirugía hubiese sido un éxito, era muy frecuente que, con el transcurrir de los días, se produjera una infección que finalmente acabara con la muerte del paciente. Se cifra en aproximadamente un 50 %, los casos de pacientes que morían como consecuencia de gangrena o septicemia postquirúrgicas. Por otra parte, las fiebres puerperales eran una de las principales causas de muerte en mujeres. Se trataba de una infección postparto grave, que provocaba fiebre alta, sepsis y, en muchos casos, la muerte. En los hospitales europeos, la mortalidad por fiebre puerperal podía superar el 30 %, incidencia mucho más alta que en los partos domiciliarios. 

Las causas principales de estas tasas tan altas de mortandad eran de diversa índole. Los ambientes hospitalarios eran, en general, espacios insalubres donde, en las salas quirúrgicas a menudo se acumulaban restos orgánicos de las operaciones. Los cirujanos operaban normalmente con ropa de calle, con sus levitas y sus sombreros. No era habitual lavarse las manos y, con frecuencia, se reutilizaba el instrumental sin una adecuada limpieza. Desde una óptica actual, estos aspectos nos parecen incomprensibles. Eran consecuencia del prácticamente nulo conocimiento científico respecto del agente causal de las enfermedades infecciosas. En realidad, estaba muy extendida la creencia de que las infecciones surgían espontáneamente debido a «miasmas» (malos olores en el aire).

Esta situación empezó a cambiar a mediados del siglo XIX. Gigantes de la ciencia como John Snow (1813-1858), Louis Pasteur (1822-1895) o Robert Koch (1843-1910) fueron pergeñando la denominada teoría del germen o teoría microbiana. El médico británico J. Snow demostró en 1854 que las epidemias de cólera que asolaban Londres, la capital del todopoderoso Imperio Británico, eran consecuencia del consumo de agua proveniente de pozos contaminados con materias fecales. Pasteur demostró en 1864 que la causa de la pebrina, una enfermedad que diezmaba a los gusanos de seda en Europa, era un protozoo, invisible al ojo humano. Como él mismo afirmó: los gérmenes están por todas partes y son la causa de las enfermedades infecciosas. El alemán Robert Koch, considerado el padre de la bacteriología, identificó en 1882 a la bacteria responsable de la tuberculosis. Estos avances supusieron un cambio de paradigma en la ciencia médica, que empezó a buscar estrategias para poder luchar eficazmente contra estos microorganismos.

Influido por estas nuevas ideas de la teoría microbiana, un cirujano inglés, Joseph Lister (1827-1912), empezó a buscar algún compuesto químico que pudiera destruir esos gérmenes responsables de las infecciones postoperatorias. Conocedor de la toxicidad del ácido carbólico, un subproducto de la destilación del carbón de hulla y cuyo componente mayoritario era el fenol, se decidió a comprobar su eficacia antimicrobiana. Con este líquido, desinfectaba los instrumentos de cirugía, rociaba las heridas y humedecía vendajes y gasas antes de aplicarlas sobre las heridas; también se lavaban las manos del cirujano. Se llegaba al extremo de rociar el aire del quirófano con el aerosol generado por un pulverizador diseñado al efecto por el mismo Lister. Esta última medida no era muy del agrado de los sufridos cirujanos debido a la toxicidad del ácido carbólico. Los resultados fueron sorprendentes y Lister los publicó en 1867. La mortandad en el postoperatorio de sus pacientes bajó del 45 % a menos del 15 %. Por estas contribuciones, a Lister se le considera como el fundador de la cirugía antiséptica que, progresivamente, fue adoptada por todos los hospitales. Esta nueva cirugía antiséptica permitió salvar miles de vidas humanas. 

El cirujano valenciano Enrique Ferrer y Viñerta (1830-1891), coetáneo de Lister, fue uno de los pioneros que introdujeron en España, hacia 1870, los principios de la cirugía antiséptica propuestos por Lister. En el grabado que se muestra, aparece el Dr. Ferrer y Viñerta (segundo de derecha a izquierda) en una amputación de pierna practicada con el método Lister.

 

Conclusión

El descubrimiento de que ciertos microorganismos eran los responsables de las enfermedades infecciosas provocó una revolución en la ciencia de mitad del siglo XIX. Permitió identificar con quien había que luchar. Y la ciencia empezó a buscar las armas para combatir a estos microscópicos enemigos. Los primeros pasos exitosos tuvieron que ver con el uso de los antisépticos, precedente de los cuales fue el ácido carbólico de Lister. En 1935, sesenta años después, llegarían los primeros antibióticos, las sulfamidas. Pero la historia de las sulfamidas, amigo lector, te la contaré en otra ocasión.

 

Un apunte de química cotidiana

Hoy día el fenol ya no se utiliza porque ha sido sustituido por desinfectantes más seguros. Probablemente utilizas algún producto para el enjuague bucal. Una de las marcas más relevantes del mercado es Listerine®. Este enjuague bucal fue desarrollado en 1879 por el químico Joseph Lawrence, quien lo nombró en honor de Joseph Lister. Inicialmente destinado para un uso quirúrgico y como desinfectante, con el tiempo se popularizó como enjuague bucal por sus propiedades antibacterianas. Casi siglo y medio más tarde, mantiene una formulación basada, fundamentalmente, en cuatro compuestos químicos (eucaliptol, timol, mentol y salicilato de metilo) que se encuentran en plantas que nos son muy familiares. 

El uso frecuente de este producto farmacéutico, sin ninguna supervisión profesional, puede tener efectos indeseados puesto que, por su naturaleza antibacteriana, puede terminar matando tanto a las bacterias potencialmente patógenas como a las beneficiosas. En la boca tenemos algunas especialmente beneficiosas que, por ejemplo, permiten convertir los nitratos, NO3, que contienen muchos vegetales de hoja verde que comemos habitualmente, en nitritos, NO2, y finalmente en NO. El NO es una molécula clave en el cuerpo humano, con diversos y muy notables efectos fisiológicos.

 

Apunte biográfico de Enrique Ferrer y Viñerta

Enrique Ferrer y Viñerta fue una de las figuras más destacadas de la cirugía valenciana y española de su tiempo. Estudió medicina en la Universitat de València, obtuvo la licenciatura en 1852. Tras la temprana muerte de su maestro, José Romagosa y Gotzens, lo sustituiría como catedrático de Clínica Quirúrgica de la Universitat de València. Adoptó numerosas innovaciones a la técnica quirúrgica como, por ejemplo, la anestesia inhalada. Fue rector de la Universidad de Valencia desde 1881 a 1890.