Diez años de los primeros huertos urbanos de València
Cuando hace diez años se comenzaron a cultivar los primeros huertos urbanos de València, los del barrio de Benimaclet, sus impulsores querían que fuera un proyecto con recorrido, y una década después constatan que este espacio no solo agrario sino también de encuentro sigue vivo y tiene ya relevo generacional.
Pero además de las parcelas donde crecen ahora hortalizas de invierno -lechugas, zanahorias, alcachofas, habas, coles, cebollas, acelgas o espinacas- tienen un gallinero con un pato y gallinas araucanas que ponen al año unos 4.000 huevos azulados, cuatro hoteles de insectos, un horno moruno, una colonia felina y un altiplano.
CULTIVOS DONDE HABÍA ESCOMBROS
Estos huertos dentro de la ciudad florecen en unos terrenos que hace unas décadas eran huerta, pero que a raíz de un PAI aprobado en 1994 fueron comprados por promotoras. Los cultivos quedaron entonces abandonados y el espacio se utilizó para tirar escombros y tierra de obras, que añadieron casi un metro de altura a este lugar.
Cuando llegó la crisis inmobiliaria, las promotoras se arruinaron y los terrenos en los que seguía pendiente de ejecutarse el PAI se los quedaron los bancos, mientras los escombros de todo tipo seguían acumulándose en este gran descampado, donde incluso en 2009 apareció un muerto dentro de una maleta.
Finalmente, la asociación vecinal decidió hace una década que había que hacer algo ante una degradación que iba para largo. «En lugar de reclamar al Ayuntamiento que se limpiara o clamar al cielo, se decidió intervenir y lanzar la iniciativa de utilizar esos terrenos» como huertos hasta que se desarrollara el PAI, rememora Sanz.
PLANTACIÓN DE LECHUGAS EN LA CALLE
Comenzó entonces una «pelea» con el banco propietario de los terrenos, el BBVA, con el que contactaron para que les hiciera un alquiler simbólico o una cesión de un espacio que según los planeamientos será parque y no se va a construir, pero el banco «no quería, porque decía que era crear un precedente», señala Sanz.
Durante seis meses llevaron a cabo iniciativas como plantar un minihuerto de lechugas en pleno centro de València frente a la sede del BBVA, o entrar a los terrenos a nivelarlos. El banco procedió entonces a vallarlos, pero el fin de semana los vecinos quitaban las vallas y entraban a trabajar; el lunes, el banco las volvía a colocar.
Finalmente, el banco cedió los terrenos al Ayuntamiento de València a cambio de edificabilidad en otra zona del PAI y el Consistorio cedió el uso a la asociación vecinal de Benimaclet, que en 2012 empezó a plantar tras quitar la tierra sobrante y amontonarla en el ‘altiplano de Bartolo’ -por el conductor de la excavadora-, ya que hubiera sido más caro llevársela, y obtuvo la autorización del Tribunal de las Aguas para el riego.
RELEVO GENERACIONAL
Comenzaron así unos huertos en los que hay libertad para cultivar lo que se quiera -siempre que sea ecológico, no se planten árboles ni se hagan construcciones- y las partes comunes se cuidan por tandas de huertos, señala Romero, quien precisa que funcionan de forma asamblearia y que riegan prácticamente cada semana.
La mayoría de hortelanos son «urbanitas», que al principio contaron con la ayuda de un compañero que era ingeniero agrónomo y les daba consejos, y hay quienes empiezan en el huerto «con muchas ganas» pero al cabo de seis meses «ya se han aburrido», por lo que se les quita la parcela y corre la lista de espera.
Al empezar en la parcela hay que pagar 200 euros y luego ya nada, solo algún gasto que pueda haber, y destacan que ya empieza a haber relevo generacional, pues está entrando gente de 40 años con niños pequeños, quienes prefieren jugar en los huertos a estar en un parque.
«Hay gente que va muriendo y también hay niños que se han criado aquí», explica Sanz, quien señala que hay dos jóvenes a los que los huertos les han «marcado vitalmente»: uno es ahora pastor de ovejas en Galicia y otro estudia Ingeniería agrónoma.
ESPACIO DE CONFIANZA
Sanz destaca que «esto no es un club de gente que tiene aquí un huerto montado», sino una iniciativa muy abierta donde participa todo el barrio y entidades, como la Asociación para la cooperación entre comunidades (ACOEC), a cuya parcela acuden cada semana jóvenes migrantes extutelados que sienten los huertos como «un espacio seguro y de confianza», donde se relacionan gente de otras edades y culturas.
Así lo indica Marina Gutiérrez, técnica de acción social de ACOEC, una ONGD que también cuenta con un recurso de ocio y refuerzo escolar para familias vulnerables de dos colegios del barrio, en el que se incluye una tarde de juego en los huertos.
Tanto Sanz como Romero reivindican que cumplir una década es importante, porque a veces iniciativas tan grandes como esta empiezan con mucha energía y se van deshinchando, y confían en que cuando se desarrolle el PAI se mantenga el carácter de estos huertos que son, también, un «experimento social». EFE