Edificios fuera de línea
Patrimonio transformado. Jaime Alcayde, arquitecto/
El urbanismo es la práctica de crear o transformar ciudades. A veces es consecuencia de la planificación y otras del desarrollo espontáneo, a veces es metódico y otras creativo. Cada época ha tenido su ‘modo de hacer’, desde la retícula cuadrada de las ciudades clásicas, pasando por la compacidad y el crecimiento orgánico de las urbes islámicas y medievales, hasta las aberturas de grandes plazas renacentistas o avenidas barrocas. Después, el siglo XX trajo consigo un urbanismo agresivo bajo el nombre de la ‘modernidad’, en continuidad con los planes higienistas que transformaron las ciudades en el XIX.
Uno de los métodos de transformación más utilizados en nuestro entorno ha sido el ensanchamiento de calles en los centros de los municipios, las cuales debían transformarse en ejes primarios de circulación, pensando sobre todo en el tráfico rodado. Así, los planes urbanísticos marcaron unas nuevas líneas de ordenación, que obligaban a cada edificio a ‘retirarse’ unos metros hacia atrás para provocar este ensanchamiento de la calle. El método se traducía en el derribo de estos edificios de viviendas, y la construcción de otros nuevos en el mismo solar, pero unos metros atrás. El problema ha venido cuando la operación no se ha terminado de realizar y se han quedado algunos edificios por ‘retirar’, haciendo de la calle un espacio con edificios entrantes y salientes, y por tanto no alineados. Podemos pensar en muchos ejemplos, tanto en ciudades como en pequeños municipios donde se produjo esta operación en su vía de circulación principal.
El problema viene ahora, cuando algunos de esos edificios fuera de línea son aquellos más antiguos, con cierto valor histórico e incluso los que conservan la belleza que pudiera tener esa calle. La cosa se complica aún más cuando se les ha catalogado con alguna categoría de protección patrimonial. De esta forma, el planeamiento urbanístico queda estancado, en un punto en que la conservación de los edificios parece evidente pero a la vez provoca un desorden urbanístico donde la calle nunca se terminará de alinear.
Nos toca pensar qué hacer ante esta situación. La conservación íntegra de estos edificios salientes sería una opción, pero se tendría que asumir el ‘desorden’ de la calle, tanto a nivel estético como respecto a las dificultades funcionales o de circulación que pudiese provocar. Otra opción es el derribo de estos edificios, si es que efectivamente esto prima por encima del valor que pudiera tener cada uno de ellos. Además, cabe la posibilidad de una ‘tercera vía’ como solución del conflicto: la eliminación parcial del volumen fuera de línea solo en planta baja, conservando la fachada entera del edificio. Se crearía así un espacio cubierto alineado con el resto de la calle, y a la vez se conservaría la integridad del edificio original. Esto podría suponer una solución conciliadora, aunque como hemos dicho, es una opción.