El éxito de Sorolla y Blasco Ibáñez tras su relación con Chile
Albert Ferrer Orts, Universitat de València
Los nombres del pintor Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923) y del escritor Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) representan de algún modo las esencias creativas mediterráneas y españolas elevadas en grado sumo durante el primer tercio del siglo XX. Equiparables a su talento internacional y cosmopolita sin renunciar a sus orígenes, podríamos añadir otros más nacidos en Valencia: los también pintores Ignacio Pinazo (1849-1916) y José Benlliure (1855-1937) y el escultor Mariano Benlliure (1862-1947); puesto que todos ellos alcanzaron sobresalientes cuotas de calidad y virtuosismo tanto en sus creaciones artísticas como en su literatura, respectivamente.
Sin embargo, lo que podamos decir de todos ellos, en particular de Sorolla y Blasco Ibáñez, pecará de provisionalidad dadas la magnitud de sus personalidades y la calidad de sus obras al relacionarlas con el contexto al que pertenecieron, a caballo entre dos siglos. Al fin y al cabo, del único modo que se puede dimensionar su impacto en aquellas convulsas sociedades española y europea que les tocó en suerte vivir o su trascendencia en América, continente que catapultó a ambos a fama mundial. Un escenario, el transatlántico, que tuvo en Chile un capítulo esencial en la biografía de los dos y que llegó a entrecruzarse en los momentos álgidos de sus exitosas trayectorias.
Hasta el taller de Joaquín Sorolla en Madrid llegó la petición del prócer santiaguino Rafael Errázuriz Urmeneta (1861-1923) de realizar varios retratos de su familia -y algunas pinturas sobre la vendimia- a través de una serie de fotografías que este le fue enviando paulatinamente junto a sus cartas en un fluido e interesante intercambio de correspondencia mantenido entre 1895-1923. Fruto de esta relación, que se saldó con 21 obras para el chileno y pingües beneficios para el español, será la ejecución de una de las pinturas más impactantes del pintor, elevada a obra maestra por la crítica: el “Retrato de la familia Errázuriz”, 1905 (Colección Masaveu, Oviedo), cuadro de gran formato que venía a resumir la representación de todos los miembros de su parentela de forma grupal e individualizada. [Fig. 1]
Errázuriz, además de abogado y empresario de éxito, viajero impenitente o culto escritor, ejerció como ministro en los gobiernos de Federico Errázuriz y Germán Riesco, desempeñándose posteriormente como diplomático en la Santa Sede entre 1907 y 1921. Sus conocimientos artísticos y elevada cultura le llevaron a recorrer Europa y a visitar sus ciudades más importantes así como sus museos y colecciones, de lo que dejó constancia en sus libros.
Justo por entonces, el empresario minero Luis Elguín Rodríguez (ca. 1855-1917) hizo que Sorolla pintara en Madrid, ciudad en la que residía como agregado de negocios de Chile en España y Francia, a su rutilante esposa Elena Ortúzar Bulnes (Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile, 1906). Lugar en el que parece que esta conoció a Blasco Ibáñez como amigo íntimo del pintor, lo que derivó en un apasionado romance que culminó con su boda en 1925, después de una larga y lujosa convivencia en el exilio en Menton (Costa Azul) y de haber recorrido el mundo.
De hecho, Vicente Blasco Ibáñez visitó Argentina desde 1909 con motivo de impartir una serie de conferencias y de fundar en las regiones de los Ríos Negro y Paraná las colonias Cervantes y Nueva Valencia, proyectos que trataban de trasplantar el secular cultivo de regadío de la huerta valenciana con labradores autóctonos llevados ex profeso y que se sustanciaron en sendos fracasos económicos, de donde pasó a Chile siguiendo con su exitoso programa de disertaciones magistrales en Santiago (Teatro Santiago) o Talca (Club Talca), compartiendo amistad con Joaquín Edwards Bello, Carlos Silva Vildósola, Joaquín Díaz Garcés y Federico Santa María.
Sorolla y Blasco Ibáñez llegaron a la cima profesional casi paralelamente después de sus contactos con la elite chilena, el primero al conocer al hijo del magnate norteamericano del ferrocarril, el filántropo Archer Milton Huntington, quien le encargará la ambiciosa serie “Visión de España” (1913-1919) para la flamante sede neoyorquina de la Hispanic Society of America, y el escritor al editar en París (1916) ‘Los cuatro jinetes del Apocalipsis’, la obra que se convirtió en el primer best seller mundial, a la par que la más leída en los Estados Unidos, siendo considerada incluso una de las 100 novelas de la literatura en español más importantes del siglo XX y también llevada al cine en Hollywood repetidamente (Rex Ingram, 1921, y Vincente Minnelli, 1962), como otra de sus más conocidas creaciones literarias: ‘Sangre y arena’ (1922, 1941 y 1989).
En las figuras de estos dos titanes de su tiempo se sustancia el legado pictórico de lo que podríamos denominar la escuela valenciana de entre siglos, tan atenta a los efectos y gradaciones lumínicas, la pincelada suelta y esbozada y el realismo por parte de Sorolla, como el republicanismo a flor de piel, el anticlericalismo, la fuerza expresiva y el naturalismo en la poliédrica obra política y literaria de Blasco Ibáñez. Ambos llegaron a lo más alto en el cenit de sus vidas y los dos en los EEUU a través de las relaciones que sostuvieron desde finales del siglo XIX con personalidades chilenas decididamente cultas y cosmopolitas. Un detalle que no debiera de pasar desapercibido en nuestros días y que –de alguna forma- desmiente las palabras de Miguel de Unamuno al chileno Alberto Rojas (1930) aludiendo al aislamiento del país: “Siempre me ha parecido una ínsula, aquello. Todo, la situación geográfica, apartada del resto del mundo y aún del resto de América; su carácter general, todo, todo es allí insular”.
Sorolla sigue siendo un pintor reconocido internacionalmente, cuya obra se encuentra diseminada en muchos de los principales museos y es objeto de numerosas exposiciones retrospectivas, mientras que el legado de Blasco Ibáñez continua siendo reivindicado como activista político, editor periodístico, sagaz columnista y representante de la novela realista en España, sin olvidar que aquellas colonias que le llevaron a la ruina como audaz empresario antes de alcanzar renombre universal son hoy dos de los graneros de arroz más importantes de Argentina.