Hitos modernos, los rascacielos de València
Pensemos en algún edificio que podríamos considerar singular por su altura respecto al entorno en el que está. Ese es el concepto de rascacielos. Su número de plantas es relativo, simplemente sobrepasa la altura de todo lo que tiene alrededor. Había ‘rascacielos’ de hasta 6 plantas en la antigua Roma, y torres medievales que superaron los 80 metros de altura, pero el rascacielos que conocemos hoy está ligado al concepto de modernidad y tiene que ver con la tecnología de las grandes estructuras. La Escuela de Chicago construyó los primeros a finales del s. XIX, con un material que revolucionaría la historia de la arquitectura, el acero. A partir de entonces, se empezó a plantear qué imagen debería tener un edifico esbelto destinado a viviendas u oficinas, y así se fueron dando casos en los que se ensayaban fachadas cada vez más ligeras, acristaladas. En Nueva York en los años 30 se diseñaron edificios que transmitían esa imagen singular y moderna, donde no todo era la altura. Y de ahí, el concepto de rascacielos cruzó fronteras y se convirtió en competencia de prestigio entre ciudades, algo similar a lo que había ocurrido con las catedrales medievales siglos atrás.
En la ciudad de València, como en otros lugares, los ‘rascacielos’ se han ido creando al tiempo que se definía la propia ciudad moderna. Ha sido precisamente la historia la que ha construido estos edificios que antes fueron ‘altos’ y que quizá ahora ya no lo son. ¿Cuáles son los rascacielos de Valècia?
Probablemente todo empezó en el entorno de la nueva plaza del Ayuntamiento, cuando a finales de la década de los años 20 se construyeron esos grandes edificios que parecían de piedra, pero que en realidad escondían ligeras estructuras de hierro que les permitían alcanzar las 9 o 10 alturas. Arquitectos como Javier Goerlich o Joaquín Rieta fueron pioneros en ello. El siguiente paso fue la apertura de la Avenida del Oeste, llevada a cabo a partir de los años 40 y cuyos edificios siguieron la estela del ‘rascacielos moderno’, llegando hasta las 12 alturas. Algunos de ellos experimentaron un cambio de estilo asociado a esta tipología de edificio, pasando del historicismo neobarroco al elegante racionalismo de líneas puras, que trajo a la ciudad los ecos del Movimiento Moderno internacional. Buen ejemplo de ello es el Edificio Merle de la Plaza de San Agustín, en el encuentro de la calle San Vicente con la Avenida del Oeste, y cabeza visible de esta última. Entre los años 1946 y 1959 el arquitecto Ignacio de Cárdenas construyó este rascacielos de 14 alturas, cuyas líneas curvas en chaflán superaban en modernidad a lo construido hasta entonces en el entorno.
En 1954 se empezó a construir la Torre de València, del reconocido arquitecto madrileño Luis Gutiérrez Soto. Un edificio de 18 alturas a la cabeza de la ya vertebrada Gran Vía Marqués del Turia, símbolo del ensanche de la ciudad. Se trató de adaptar la tipología de vivienda burguesa (gran superficie, doble acceso, luz y ventilación) a una estructura racional y esbelta, y con una imagen desprovista de ornamento que combina el ladrillo caravista con grandes balcones a modo de terrazas. Cuando se terminó en 1960 fue el edificio más alto de la ciudad, título que se irá trasladando a posteriores construcciones sucesivamente.
En efecto, en 1963 el título pasó a la conocida ‘finca de hierro’ (Edificio Garcerán), año en que se terminó de construir este edificio en la Plaza de San Agustín. Los arquitectos Vicente Figuerola y Vicente Aliena desarrollaron un ambicioso programa de viviendas que ocupaba una manzana entera y 22 alturas en el centro de la ciudad, y efectivamente con una estructura de hierro (aunque en contra de lo que mucha gente piensa, no fue el primero de València en utilizar este material, como se ha visto), que vertebró esta inmensa mole.
Una vez superado el traumático episodio de la riada del 57 e iniciado el desarrollismo de la década de los 60, otras ambiciosas promociones se llevaron a cabo en València. En 1961 se empiezan a construir dos grandes torres de viviendas en otros puntos estratégicos de la ciudad como es el cruce de la Avenida del Puerto con Manuel Candela, o la Plaza de España. El primero, conocido como Balcón de Levante, es obra de los arquitectos Cayetano di Borso (autor del Teatro Rialto,1935-) y Rafael Contel, y fue diseñado al más puro estilo racionalista, donde las líneas verticales y los enormes pilares vistos en planta baja le dieron una imagen de vanguardia, terminándose en 1966. Algo similar ocurrió con la Torre Mediterránea de la Plaza de España, concluida en el 67, con la firma de los arquitectos Roberto Soler y José Serra. Está dispuesta en chaflán recto y con un cuerpo central de 19 alturas, que se diferencia de los dos laterales, más bajos y alineados con el resto de construcciones adyacentes de la manzana (excelente operación repetida en numerosos casos en los que un edificio en altura se sitúa en el cruce de dos calles).
Más allá del racionalismo de líneas rectas, algunas operaciones posteriores buscaron una nueva expresividad, convirtiendo a la torre de viviendas en un elemento estético singular. El edificio del cruce del Paseo de la Alameda con Micer Mascó fue construido entre 1963 y 1969 por Miguel Colomina, uno de los grandes arquitectos valencianos del s. XX. Conocemos su imagen de ladrillo marrón, y sus 15 alturas divididas por rotundas líneas horizontales blancas, y planos de fachada quebrados formando entrantes y salientes. Junto a él, otro de los grandes símbolos de la modernidad valenciana, la singular Torre de Ripalda, conocida como La Pagoda, por la disposición de las jardineras que forman cada piso y cuyos remates recuerdan en cierta manera a un templo oriental. Antonio Escario, José Antonio Vidal y José Vives diseñaron y construyeron este edificio – manzana de viviendas entre 1969 y 1973, en el terreno que ocupó el curioso palacio neogótico que le dio nombre.
Y en esta sucesión de edificios singulares y altos, llegamos al frenético episodio constructivo de los primeros años del s. XXI. El ‘boom’ inmobiliario construyó en València otras torres, aun más altas, que cambiaron el ladrillo por la fachada aligerada de paneles de aluminio, y la personalidad del diseño de sus autores por programas estandarizados donde el promotor seguramente buscó una imagen más simplificada y convencional. Eso sí, la carrera por el título de edificio más alto de la ciudad seguía, y en la actualidad se lo disputan dos edificios que representan el desarrollo urbanístico de las dos nuevas grandes áreas de la ciudad. En 2002 se terminó de construir la Torre de Francia, de 35 alturas, en el entorno de la Ciudad de las Ciencias, y en 2006 el Edificio Hilton (ahora Meliá) en la Avenida de las Cortes Valencianas, con 32 pisos.
Lo cierto es que con total probabilidad, la competencia entre rascacielos seguirá en esta ciudad, y en otras. Y se definirá en esa dicotomía entre la carrera por las alturas y el diseño singular, o dicho de otro modo, entre la tecnología y la belleza. Como hemos dicho, la historia irá colocando en cada lugar esos nuevos edificios altos, que seguirán siendo lo que fueron sus predecesores: hitos modernos.