Javier Goerlich, el arquitecto

Quizá algunos lo recuerden. La plaza del Ayuntamiento, entonces de Emilio Castelar, tenía en el centro una enorme plataforma con un mercado de flores. Con grandes escalinatas, balaustradas, farolas y fuentes monumentales, y una parte semienterrada con puestos de flores a la venta. Esa forma de plaza la había creado el arquitecto Javier Goerlich, al que podemos hacer responsable de la imagen de ‘modernidad’ de la ciudad de València, o al menos respecto a la regeneración de su centro histórico.

Goerlich nació en Valencia en 1886, de padre austríaco y madre valenciana, empezó su andadura como arquitecto en 1914, tras estudiar en Madrid y Barcelona. Entonces, despegó una carrera imparable que combinaría la construcción de multitud de edificios, importantes planes urbanísticos y también, inevitablemente, proyectos inacabados. Todo sin a penas salir de la ciudad de València.

Fue arquitecto municipal desde 1922 y ‘mayor’ del Ayuntamiento de València entre 1931 y 1962. Desde allí proyectó ambiciosos planes urbanísticos como la terminación de la plaza del Ayuntamiento hacia el norte, donde además participó en la construcción de varios edificios de estilo ‘ecléctico neobarroco’, esos que dieron a la ciudad una imagen de metrópolis europea. Impulsó la construcción de la avenida del Oeste, bajo las premisas de proyectos de la época del gobierno de Blasco Ibáñez, pero ya en tiempo de postguerra, en un intento de llevar por fin a la ciudad las ideas ‘higienistas’ de transformación de los abigarrados centros históricos. En esta línea promovió también la apertura de la plaza de la Reina y una prolongación de la calle de la Paz hasta la Lonja que pretendía derribar la iglesia de Santa Catalina (a excepción de su campanario) y que por suerte nunca se realizó.

Su carrera estuvo marcada así por la ‘regeneración urbana’ y la reconstrucción de la ciudad antigua. La misma plaza del Ayuntamiento ya había sido consecuencia de la demolición en 1891 de uno de los conventos más importantes de València, el de San Francisco, y sobre esa pérdida se trabajó hasta llegar a la magnífica plaza que conocemos ahora. Pero a Goerlich también le tocó, y parte de su propia obra fue sustituida por otra. Él lo dijo con estas palabras al final de su carrera: ‘La renovación continúa; vinieron otros y derribaron obras que había realizado, es ley de vida. Duele que suceda, ¿por qué no voy a confesarlo?, claro que, en muchas ocasiones, a la vista del resultado se valora lo anterior.’ (1968).

En 1936 había perdido su propia vivienda, un palacete en el paseo de la Alameda que fue expropiado por el gobierno republicano. Y desde entonces estableció su casa y su estudio de arquitectura en la cuarta planta del edificio del Banco Vitalicio (el del león de la plaza del Ayuntamiento), proyectado por él mismo unos años antes. Ahora en régimen de alquiler. Goerlich vivió años convulsos, se declaró católico practicante pero supo esquivar una implicación política directa con el régimen franquista y así, su carrera se dilató desde las primeras décadas del siglo XX hasta los años 60’, pasando por un gobierno republicano, una guerra civil y años de dictadura.

El estilo de sus edificios también estuvo marcado por esos cambios. De hecho, sorprenden los muy diferentes diseños que experimentan las fachadas de sus edificios, a lo largo de su carrera. Los comentados ‘historicismos neobarrocos’ delos edificios del entorno de la plaza del Ayuntamiento, con elementos clásicos, ornamentos y balaustradas, se adaptaban a las grandes escalas y a los chaflanes curvos. Después, bajo el auspicio de los aires republicanos Goerlich experimentó la simplicidad y elegancia del estilo racionalista, con edificios de líneas puras como el Hotel Londres, la Residencia de estudiantes (Colegio Mayor Luis Vives, Avda. Blasco Ibáñez) o el desaparecido Club Náutico de València. Y ya en tiempo de posguerra se adaptó al ‘casticismo regionalista’ que volvió a llenar de ornamento esas líneas antes simplificadas en edificios como el Banco de València en la calle de las Barcas (-1942), o el Mercado de Abastos (-1948). También tuvo palabras para explicarlo: ‘No creo en la existencia del estilo funcional. La buena arquitectura ha sido siempre funcional’.

Quizá por esta difícil tarea de encajar a Javier Goerlich en un estilo, y por la denostada imagen que se ha tenido (y se tiene) del estilo de posguerra, hemos tardado mucho tiempo en mirar a este arquitecto sin prejuicios; a pesar de que cualquier valenciano puede reconocer y admirar muchas de sus obras con un simple paseo por el centro de nuestra ciudad. De la mano del arquitecto Tito Llopis y el historiador David Sánchez se ha organizado una magnífica exposición sobre la obra del arquitecto, instalada en el Ayuntamiento de València desde el pasado octubre y que finaliza el próximo 27 de enero. Allí, una enorme maqueta representa la volumetría de una parte del centro de la ciudad, de esa zona de regeneración ‘moderna’ donde los edificios de Goerlich destacan en tonos marrones o grises, compitiendo con el resto de edificios en blanco. Se cuentan por decenas. Y a la salida, sorprende además la proyección de unas imágenes en movimiento antiguas, que parecensacadasde una película extranjera. En efecto, ‘Theboywhostole a million’ se rodó en los años 60’ en ese mercado de flores semienterrado del que ahora solo nos queda su memoria, en blanco y negro.

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