La identidad y el arte
Jaime Alcayde. Arquitecto.
Pongámonos filosóficos. No es fácil definir lo que significa ‘arte’, y tampoco saber para qué sirve. Una forma de acercarnos a este término es conocer sus resultados: lo que llamamos la ‘obra de arte’. De momento, vamos a ceñirnos sólo a una posible respuesta, la que dice que el arte es aquello que nos identifica.
Todo grupo social, llámese nación, pueblo o ciudad, necesita definirse a través de unas señas de identidad. Un pasado común, una lengua, una simbología, y el reflejo material de lo que ha sabido hacer, y construir. El patrimonio forma parte de esto.
Pongamos ejemplos. ¿Cómo podemos identificar a la ciudad de Barcelona sin los edificios de Gaudí? ¿Cómo imaginamos a Granada sin la Alhambra o a Córdoba sin la Mezquita? ¿qué sería de Roma si no conservara los vestigios de su pasado?
En efecto, el carácter de un pueblo se puede percibir a través de su patrimonio, de la imagen conservada del pasado común.
También las naciones construyeron su identidad basándose en su patrimonio artístico. En el siglo XIX se cuestionó a la monarquía como elemento unificador de un territorio, y se replantearon las señas identitarias de las ‘nuevas naciones’: además de himnos y banderas, se recurrió a la recuperación del pasado artístico. Francia se identificó con la gloria de sus catedrales góticas, Italia con su pasado clásico y la Inglaterra victoriana con una mezcla de su arquitectura ‘Tudor’ y las nuevas aportaciones exóticas coloniales. En España existen muchas identidades; podemos revivir el esplendor del imperio cuando visitamos El Escorial, pero también cada territorio se define a sí mismo. La arquitectura románica es uno de los lazos de la identidad catalana, mientras Valencia hace gala de su carácter ‘barroco’, alegre y notorio, sin olvidar el esplendor gótico de nuestro ‘siglo de oro’.
También se puede llevar esta lógica a la escala local, construyendo pequeñas identidades territoriales o incluso municipales. Siempre se ha hablado del orgullo de un pueblo ante su alto campanario, gran iglesia o conjunto de casas históricas bien conservadas. No podemos imaginar a Alaquàs o Albalat dels Sorells sin castillo, a El Puig sin monasterio o a Paterna sin cuevas y torre. Pero tampoco debemos menospreciar el conjunto de la arquitectura popular de nuestros núcleos históricos, también definen con personalidad el municipio.
Por eso, el hecho de la conservación ha de ir más allá de la imposición de unas ordenanzas municipales, y se ha de entender como instrumento de preservación de la identidad. Cada vez que se derriba una vivienda en un municipio se hace más difícil responder a las preguntas clásicas: quiénes somos, de dónde venimos y, consecuentemente, hacia dónde vamos.