Los cuidados, en el centro
Por Rosa Más.
El ecofeminismo constituye una filosofía que asume la subordinación de las mujeres y la explotación de la naturaleza como partes de la lógica de la dominación. La prioridad de maximizar el beneficio económico a costa de los ecosistemas obvia el impacto causado a sus habitantes, humanos o no humanos, según un modo de funcionamiento, basado en el despilfarro de recursos y consiguiente destrucción ambiental, que ha tenido como consecuencia la grave crisis ecológica cuyos efectos estamos sufriendo.
El ecofeminismo opone al crecimiento económico desaforado la importancia de los cuidados, tareas tradicionalmente reservadas a las mujeres, tan necesarias para mantener la cohesión de la comunidad como menospreciadas, pues los sentimientos que despierta el hecho de preocuparse por los demás (empatía, compasión) fueron considerados como signo de debilidad. Hoy, reivindicamos esas labores como base de una sociedad que se pretenda justa, labores que, por supuesto, no deberían ser hechas exclusivamente por mujeres, sino asumidas por todas las personas integrantes de la comunidad.
Los cuidados no se limitan solo a los seres humanos, sino que abarcan también la naturaleza y a los demás animales, pues toda forma de opresión parte de la misma base: determinar que existen “otros” cuyos derechos no merecen respeto; esta visión androcéntrica ha limitado el progreso al crecimiento económico de una serie de entidades empresariales, principales responsables de los cambios en el clima que ya estamos percibiendo de manera directa en nuestra vida cotidiana. Más calor, menos lluvias, que se traducen en un empobrecimiento de las cosechas; para quienes cultivamos la tierra, cada año es más difícil sacar adelante los cultivos de hortalizas y frutales, típicos de nuestra tierra.
Hace más de medio siglo ya se publicaron informes científicos advirtiendo de los riesgos medioambientales que íbamos a enfrentar de seguir con el mismo modelo económico y sus pronósticos se están cumpliendo con fatídica exactitud. Como alternativa, el ecofeminismo animalista defiende que la calidad de vida no consiste en consumir sin mesura alguna, sino en avanzar hacia una sociedad basada en el respeto y en la consideración ajena, reconociendo que prácticamente todas las culturas, al menos las occidentales, han sido injustas con las mujeres, las minorías y los demás animales.
La manera más eficaz de promover un cambio social profundo en cuanto a sus valores morales son la información y la educación, que no deben fundamentarse solo en el conocimiento de datos, sino también en la inteligencia emocional, en aprender a convivir y a respetar a los demás sin distinción de sexo, raza o especie. Es habitual que en los colegios se reflejen, en los libros infantiles, frases tales como “las gallinas dan huevos o que “las vacas dan leche”, acompañadas de imágenes bucólicas de animales sonrientes que, amablemente, nos ceden sus productos; sin embargo, esta visión oculta la terrible realidad tras la explotación. Las gallinas actuales, debido a la selección realizada a lo largo de los siglos, ponen una media de trescientos huevos al año, en lugar de los, alrededor de treinta, que sería lo natural en ellas. Esto les provoca descalcificación, graves daños internos debidos al exceso de puestas e, incluso, la muerte, acortando, además, significativamente sus vidas. Algo similar ocurre con las vacas, que producen unas diez veces más leche que en el siglo XVI. Gallinas, cabras, ovejas y vacas muestran comportamientos sociales. Sabemos que las mamás vacas lloran durante días cuando se les arrebatan sus crías (cuyo destino es el matadero) para poder mantener la industria láctea, o que son capaces de tener amistades, pues muestran claramente preferencia por interactuar siempre con los mismos individuos, creando grupos de afinidad. Para los animales, entre ellos los mal llamados “de consumo”, el juego es un elemento fundamental de aprendizaje, exactamente igual que ocurre en los seres humanos. En su teoría sobre el origen de las especies, Darwin ya puso de relieve el llamado “Síndrome de la Domesticación”, que implica signos como mayor docilidad, una expresión facial juvenil y cerebros más pequeños. Además, son mucho más vulnerables a las patologías, lo que obliga a suministrarles diversos fármacos de manera habitual. No es la forma en las que se les explota, sino el hecho de considerarlos como recursos, pues no hay bondad en el sometimiento ni forma humanitaria de matar a quien no quiere morir.
Incluir a los demás animales en el círculo de la empatía es una cuestión de avance social real, pues el número de personas veganas ha crecido de manera exponencial en pocos años. El veganismo es el principio ético que se opone al uso de los demás animales por considerar que sus complejas capacidades sociales y cognitivas les hacen merecedores de respeto. Cuanto más sabemos sobre la naturaleza y los demás animales, más debemos asumir que las justificaciones que, tradicionalmente, han situado al ser humano como superior y, por tanto, amo y señor de otras especies, no existen. Somos parte de la naturaleza, una especie más que debe aprender a convivir con sus compañeras de viaje y ese aprendizaje acerca de situar los cuidados en el centro, debe empezar, precisamente, en los centros escolares.
Normalizar el respeto a la naturaleza y a los animales, humanos o no, convierte las escuelas en espacios de inclusividad previniendo comportamientos discriminatorios o de acoso, un problema creciente en las aulas y que debe atajarse trabajando la empatía, ya que la capacidad de ponerse en el lugar del otro posee una base biológica, radica en las llamadas “neuronas espejo”, de manera que cuando contemplamos el sufrimiento ajeno se ponen en marcha los mismos mecanismos fisiológicos que cuando padecemos el propio. Se trata, por tanto, de una habilidad innata que puede desarrollarse como el lenguaje o el cálculo, pero que se atrofia debido a un sistema basado en la competitividad y no en la cooperación y el apoyo mutuo, que sería lo correcto.
Sacar a los demás animales de nuestros platos favorece la soberanía alimentaria, pues una dieta basada en frutas, hortalizas, legumbres, cereales y hongos locales, de temporada y ecológicos elimina las cadenas de transporte e intermediación y establece lazos entre productores y consumidores, fortaleciendo el sentimiento de comunidad.
Naturaleza, cuidados y solidaridad para una sociedad libre, ni oprimida ni opresora.