«Mi» verdad sobre la educación actual
JUAN JOSÉ GARCIA. Maestro tutor de 3º de Primaria. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Pedagogía y Ciencias de la Educación.
Seguramente, la jornada partida no es todo lo horrible que se ha dicho ni tampoco sea cierto que se eterniza y que hace que los niños echen raíces en las baldosas de las aulas. Seguramente, tampoco es cierto que sea tan destructiva la jornada continua -capaz, incluso, de provocar una enorme agonía en los alumnos hasta matarlos lentamente de aburrimiento tras tantas clases seguidas sin poder desconectar.
Sinceramente, a día de hoy, cada cual tendrá su opinión y yo tengo la mía. Tengo argumentos suficientes para decantarme por una opción claramente como padre y como docente y, casual y afortunadamente, esta opinión coincide.
Pero hoy, sobre todo, quiero dedicarle la mayor parte del tiempo a explicaros que me encuentro molesto por muchos comentarios que se han referido a los maestros y que me gustaría comentar y matizar.
1. «Los maestros quieren acabar cuanto antes su jornada para llegar cuanto antes a su casa»
Pues claro, al menos yo sí que querría llegar cuanto antes a mi casa. Si pudiera comenzar mi jornada a las 7 de la mañana, me parecería genial. Más rato que aprovecharía el día. Pero vamos, no creo que sea yo el único mohicano que elegiría llegar cuanto antes a casa. Conozco trabajadores de otros sectores diversos (supermercados, fábricas, peluquerías…) que también firmarían comenzar a trabajar antes y llegar a casa más temprano. ¿O es que alguien se cree que a las cajeras de un hipermercado les entusiasma cerrar caja a las 22 horas y tenerse que quedar a hacer caja y llegar a casa más cerca de mañana que de hoy? ¿O es que estamos pensando en que el jefe de una oficina de correos no querría llegar a casa a las 13:30 a comer, en lugar de llegar pasadas les tres de la tarde y teniéndose que calentar el plato de garbanzos?
2. «Los maestros no se forman»
Totalmente de acuerdo. Totalmente de acuerdo si admitimos también que los comerciales no se forman, los médicos no se reciclan o los abogados no se estudian las nuevas leyes.
– «¡Pues yo conozco a un maestro que no se forma!»
¡Claro! Y yo conozco a un cajero del Carrefour pelirrojo y muy simpático. ¿Quiere decir esto que todos los cajeros del Carrefour son pelirrojos y muy simpáticos? No. ¿Quiere decir esto que los cajeros del Carrefour son pelirrojos? No. ¿Quiere decir esto que si eres pelirrojo y simpático, eres cajero del Carrefour? Por supuesto que no. Generalizar es odioso. Igual que comparar también lo es.
Yo sí que me formo, como también sé que se forman la gran mayoría de maestros y la gran mayoría de los trabajadores.
3. «El plurilingüismo no funciona por culpa de los profesores» «Los maestros son el pero del plurilingüismo»
Resulta muy sencillo, especialmente para los políticos, echar balones fuera acerca de lo que ellos mismos no saben o no quieren resolver. En este caso del plurilingüismo la cosa viene ya de lejos. Y es que hace tiempo, nuestra administración decidió que los colegios deberían de incluir a medio plazo una segunda lengua extranjera que podría ser francés o alemán acompañando al inglés.
En otro momento, nos iluminaron con las bondades comerciales y turísticas del que iba a ser el idioma del futuro: el chino mandarín (os juro que no es broma y os invito a hacer memoria de los tiempos de Font de Mora o que lo busquéis en la «maldita hemeroteca»). Yo tengo amigos y compañeros que se apuntaron a aprender chino a la Escuela Oficial de Idiomas porque compraron esa moto y poco después de vender un montón de motos, decidieron que el chino no, que se iban a centrar en potenciar el valenciano y que iban a expulsar (o lo que sea) a los docentes que no acreditaran un nivel X de valenciano. Los exámenes de la Junta Qualificadora de Coneixements del Valencià y, nuevamente, la EOI, además de las universidades -sobre todo, las privadas- se vieron desbordadas por la avalancha de maestros y profesores que querían acreditar su nivel de valenciano para que no les «rodara su cabeza».
Pasado este tiempo, ahora llega -ya lleva unos años-, solapándose con la «fiebre valenciana» la «English fever» en la que llegan a amenazar a los docentes -especialmente a los maestros- con apartarlos de su centro de trabajo si no consiguen acreditar un nivel Y de inglés antes del año tropecientos (que va cambiando a medida que se van dando cuenta de que es descabellado lo que se proponen).
Y paralelamente a toda la locura que se desata con el tema de los idiomas, hemos ido sufriendo cambios diversos con el chantaje de cobrar o no los sexenios según si se cumplían o no una serie de requisitos puestos -desde mi humilde parecer- al azar en los que había que cumplir X horas de formación en primeros auxilios, otras X horas en tecnología e informática y otras X horas en no se qué. Lo que hacía que todo el mundo andara calculando las horas que tenía para ver si cobraba o no el sexenio y desestimara, en muchas ocasiones, cursos o jornadas que a buen seguro les eran de mucho más interés y/o provecho que lo que acababan haciendo por llenar el expediente.
Y aún siguiendo con todo este apartado, te encuentras en existe gente en los centros que trata de innovar y al final, como no se puede saber de todo, no tienen otra opción que formarse en nuevas metodologías o acudir a seminarios, jornadas, congresos o como quieran llamarles, para estar al corriente de nuevas maneras de trabajar o rodearse de compañeros que le den ese motivo para seguir trabajando de la manera X para no acabar frustrado y dejarlo todo y volver al «abrid el libro por la página 102 y haced los ejercicios 25, 26 y 27 y copiad el cuadrito del recuerda en rojo» que, oigan, tampoco quiero entrar a juzgar porque me parece muy digno si el docente está convencido de ello y lo sabe llevar correctamente a la práctica.
Y para acabar con este apartado, tengo que comentar otro punto todavía, que va dirigido con las comisiones, coordinaciones y otros cargos con renombre y rimbombancia que tienen el mismo valor que la chapa de sheriff del cartón de la caja de cereales de los Frosties. Desde hace cuatro años soy coordinador TIC del colegio en el que trabajo y, por consiguiente y como añadido, también coordinador de la página web y de la comunidad MestreaCasa de mi centro.
Estos carguitos, que, por supuesto, no tienen remuneración económica ni reducción horaria ni ninguna otra historia, conllevan «porque sí» unas horas de formación, si es que se quieren realizar estas funciones de una manera, más o menos decente. ¡Ojo! Con esto tampoco estoy diciendo que aquel que no realiza la formación no sea capaz de hacer las cosas bien o que por ser coordinador TIC tengas que hacerlo, ya que muchas veces, el hecho de que a uno le nombren coordinador TIC «in nomine patris» es un sambenito porque nadie más lo quiere y el pobre desgraciado que se encuentra con este nombramiento no sabe donde meterse, no sabe distinguir un VGA de un DVI y, claro, hay lo que hay. También hay gente que le cae del cielo la coordinación y que no tiene tiempo para formarse porque cada cuál puede tener problemas de mil tipos en su vida que no voy a entrar a enumerar. O bien, que algún coordinador TIC se encuentre con un equipo directivo que se crea lo que dicen las recomendaciones de inicio de curso, y le otorguen para toda la faena que tiene que realizar, una hora semanal que -en la mayoría de centros- se viene convirtiendo a una sesión de 45 o 50 minutos, con lo cual, ya os digo yo, que uno llega a donde puede.
Yo tengo la suerte de que, a pesar de no ser informático, me gusta el mundillo y me he ido «autoformando» desde pequeño y que me han ido cogiendo en los cursillos de formación de nivel básico al principio y he tenido facilidad para seguir aumentando mis conocimientos con cursos acorde a mi nivel, porque esa es otra cuestión: conozco a muchos compañeros que se han intentado apuntar a muchos cursos y no les cogen y, claro, si la suerte no acompaña, la voluntad vale para poco. También he tenido la suerte de que las tres directoras -así como sus respectivos equipos- se han creído y se siguen creyendo eso de que la tecnología es el futuro y jamás me han puesto un pero por tener que faltar una hora o dos días a realizar mi trabajo como docente por tener que asistir a un curso o unas jornadas, pero esto, amigos, tampoco es ley porque depende mucho de cada colegio y de las circunstancias del mismo.
4. «La educación pública no innova» «La educación pública está anclada en el pasado»
Otro argumento tan cierto como que «todos los cajeros del Carrefour son pelirrojos y simpáticos». Pues, digo yo que habrá de todo: hay colegios donde todos los maestros son súper innovadores y súper guays, habrá donde el único que innova es el conserje cuando decide cambiar de lugar el banquito donde esperan los niños a sus padres para ir la visita del médico, habrá donde cuatro innovan y se las dan de súper guays y tres innovan y lo «sufren en la intimidad», habrá colegios donde el que innova se calla por miedo a que le digan que eso no es educar o que así los niños no aprenden…
Tal vez, se me ocurre a mí, que si alguien (inspectores, técnicos de la administración, padres y madres, ayuntamientos o qué sé yo) pasearan por los centros y preguntaran a los niños o maestros qué están haciendo en clase, encontraríamos cientos de propuestas innovadoras e interesantes para difundir, comentar y «premiar» (no tiene porqué ser económicamente) y, con esto, se conseguirían diferentes objetivos como, por ejemplo, dar una mejor imagen de la educación pública, conseguir implicarnos más como familias o como vecinos en los proyectos que se realicen y, tal vez, el más importante, mostrarle al docente que aquello que está haciendo es positivo, original y, lo más importante, nos gusta, y, de esta manera, perder ese miedo a qué opinará la gente de su trabajo.
5. «Los maestros trabajan poco» «Los maestros sólo trabajan 5 horas al día» «Los maestros tienen muchas vacaciones»
Para comenzar, simplemente remitirme a mi contrato que me asigna una carga laboral semanal de 37 horas y media; repartidas de la manera siguiente: 25 horas en la jornada escolar (la misma que realizan los niños) en la que se están realizando, salvo casos extraños y bien documentados, labores de docencia directa o licencias de coordinación; 5 horas de dedicación al centro, en las que se integran la tutoría a padres, la coordinación con el resto del profesorado, claustros, reuniones informativas y demás; y 7,5 horas de preparación de las clases, programación, corrección y demás, las cuales el maestro se reserva el derecho a poderlas realizar en el centro o fuera de él.
¿Esto lo cumplen todos así a rajatabla? Pues, me vuelvo a remitir de nuevo al, ya casi de la familia, «cajero pelirrojo y simpático». Ya os anticipo yo que las 37,5 horas semanales exactas no las hace ninguno de los miles de docentes que hay en nuestro país. Es más, me arriesgo a deciros que si sacáramos la media de las horas que dedican los maestros a su jornada laboral semanal, las 37,5 horas semanales se quedan cortas pero de lejos, ya que por cada maestro que no llega a las 37,5 horas hay, al menos dos que se pasan y de largo.
Preparar una prueba de evaluación y corregir posteriormente 25 ejemplares de dicha actividad, ya os digo yo que puede llevarte a invertir hasta dos horas y media, lo que supone el 33% del tiempo que tiene asignado el docente para dedicar fuera del horario escolar. Si además, el docente, lleva una página web, prepara fichas para los alumnos que las necesitan, se dedica a buscar algún vídeo en Internet para apoyar su explicación y prepara un poco la lección, ya casi tenemos las 7,5 horas semanales. Esto sin contar, por supuesto, el hecho de esperar a que todos los padres recojan a los niños o lo que se suelen alargar las reuniones, claustros o comisiones que «por 10 minutitos más, nos quedamos y la acabamos».
– «Sí, vale. Todo esto está muy bien pero… tres meses de vacaciones… ¡es una pasada!»
Sí, la verdad es que es una pasada. Por acabar pronto, podría responder que la universidad está abierta a todo el mundo y, además, en Castellón y Valencia, por desgracia, la carrera tiene el dudoso honor de presentar una nota de entrada relativamente baja, por lo que prácticamente cualquier persona que quiera probar suerte y tener tres meses de vacaciones, tiene la posibilidad de conseguir su sueño.
De todos modos, si con esto no os he convencido, deciros que se supone que nuestro periodo vacacional es el mes de agosto, por lo que hasta que se nos diga lo contrario, este mes es el único momento en el que nos llamen del CSIC o de nuestro colegio podemos decir que estamos de vacaciones y se acabó. El resto del tiempo se nos puede reclamar para realizar cualquier trabajo relacionado con nuestra profesión y, por supuesto, tendríamos que acudir a realizarlo. También se supone que durante este tiempo tenemos que realizar determinadas tareas burocráticas como pueden ser la programación escolar, el plan de mejora educativa o lo que se nos solicite. También se supone que es un momento en el que el docente puede prepararse el material que considere oportuno, organizarse o planificar el curso, el trimestre o las salidas y actividades extraescolares que quiera realizar, y si todo esto no lo hace durante estos días, lo tendrá que hacer mientras el curso está «en marcha» y no tendrá más remedio que hacer horas «extras» durante este periodo, para recuperar lo que no ha hecho o no va a hacer estando «de vacaciones».
Así mismo, en este capítulo se incluyen también los cursos, congresos, jornadas y demás y, claro está, la compensación correspondiente al hecho de haber realizado dicha formación.
– «Entonces, ¿me tengo que creer que durante el tiempo que todos pensamos que estáis de vacaciones, estáis trabajando o compensando las horas de formación?»
– Claro que no. Tampoco te tienes que creer que todos los cajeros de la multinacional francesa son pelirrojos y simpáticos.
– «Entonces, ¿tú tampoco te lo crees?»
– Yo diría que en el 97% de los casos sí que es así, pero como en todo, la excepción hace buena la regla. Los pocos que no lo cumplen, en muchos casos, incluso, presumen de ello y eso es un problema para los que sí están, o estamos, dentro del 97%, ya que acaba generalizándose y haciéndose esto extensible a todos los docentes.
– «Pues, yo no me lo creo.»
– Me parece perfecto. Y de hecho, tienes todo el derecho del mundo a no creértelo, puesto que no existe un control o registro o estudio que diga que esto es así o no. El problema es fundamentalmente este. Lo malo es que lo único que se puede cuantificar es el número de horas que invertimos en cursos, congresos, jornadas y demás. Y aquí es cuando tenemos el problema. Yo sí que me creo que mi médico dedica las horas que debe de dedicar para realizar su trabajo con la mayor excelencia posible o el cocinero del restaurante al que voy de vez en cuando hace los cursos de manipulación de alimentos y de higiene alimentaria. Y si tengo dudas, pues, se lo planteo a quien se lo tengo que plantear, protesto a quien tengo que protestar o solicito que me atienda otro médico o me marcho a otro restaurante.
Los que habéis llegado hasta aquí, seguramente estaréis esperando conocer cuál es mi opinión sobre la distribución del tiempo en la jornada escolar. Después de todo este tiempo me veo en la obligación de remarcar que la opinión que voy a expresar es únicamente mía y que está basada únicamente en mi experiencia. Evidentemente, esta opinión puede ser errada, como probablemente a muchos de vosotros les haya parecido errada la mayor parte del artículo hasta el momento, eso por no hablar de los que lo habrán dejado de leer antes de este punto porque no comulguen con mi opinión.
Yo no soy ningún especialista en la jornada escolar infantil, ni en los ritmos circadianos de los niños, ni sé tampoco de qué manera hay que explicar las matemáticas después de comer para aprovechar esas horas «en las que los niños son más productivos». Y es natural, porque no me dedico a estudiar estas cosas ni acabo de comprender estos conceptos tan complejos cuando me animo a leer algún libro que versa sobre estos temas. Normal, soy maestro.
Soy un simple maestro que acabó sus estudios de pedagogía en el año 2003, cuando todavía esto de la jornada continua o consensuada ni se imaginaba en mi tierra.
Aún así, me gustaría comentar algunos de los aspectos en los que me he fijado merced a todo este embrollo, insisto, desde mi humilde y particular punto de vista de un maestro de 3º de primaria de un pueblo mediano:
1. Mis alumnos a partir de las 15:30 (que es cuando en mi centro comienza la jornada vespertina) llegan al aula con más problemas que un libro de física del movimiento.
Los que no han reñido con el compañero del curso de al lado a la hora del comedor, suben enfadados porque su madre ha hecho lentejas, el otro está agobiado porque salimos a las 17 horas y cuando llega a tenis a las 17:15 no le ha dado ni tiempo de merendar y el entrenador le pide que entre en la cancha de una vez, el que no, tiene una cara de «me echaría una siesta…» que no sabes si es mejor mirarlo de perfil o de refilón y lo más productivo que se hace hasta que el maestro manda «firmes» es, en el mejor de los casos, ponerse de acuerdo en hora y lugar para hacer el trabajo en grupo de naturales. Y con todo esto, al final se ha perdido un tiempo precioso desde la entrada en el aula hasta que los niños consiguen tener el material en la mesa listo para poder comenzar la clase.
2. Mis alumnos por la mañana no se enteran de la hora que es, una vez han salido al patio.
Y lo digo porque lo vivo, y porque, para más señas, lo estoy viviendo este año, ya que tres días salimos a las 12:30 y dos a las 13:15. Y la «verdad verdadera» es que la mitad de días, cuando a las 12:25 les digo que vayan recogiendo que nos vamos a comer, preguntan: «¡¡¡¿Yaaaaa?!!!!» Y esto, yo lo entiendo como un: «Pues podríamos aguantar un poquito más…» Sí, amigos, y cuando salimos a las 13:15 pues… tres cuartos de lo mismo, lo que me da a entender que ningún niño moriría entre terrible sufrimiento si tuviera una sesión más y nos marcháramos a las 14 horas.
Eso sí, a las 16:55, en cuanto digo: «Podéis…», ya no tengo que decir nada más, los niños, a toda prisa forman la fila como si no hubiera mañana.
3. La tarde libre les viene como caída del cielo.
Por tener horario especial de formación, los niños, los miércoles, no tienen clase. Esto, evidentemente, dependerá y mucho de la edad de los chavales, pero tengo que decir que en el caso de mis alumnos, muchos no regresan por la tarde a las actividades de «conciliación» para acabar a las 17 también los miércoles, y que en lugar de esto, lo utilizan para descansar, para quedar y hacer los trabajos en grupo, estudiar o, simplemente, jugar. ¡Ah! Y algunos de mis alumnos, que tienen hermanos mayores que van al instituto, están esperando toda la semana que llegue el miércoles para poder comer con ellos, ya que sus hermanos sí que tienen la jornada continua.
4. La jornada continua no concilia; la jornada partida no concilia; acabar a las 12:30 y volver de 15:30 a 17 no concilia; acabar a las 13:15 y volver a las 15:30 para acabar a las 17 no concilia; y acabar a las 13:15 y tener la tarde libre no concilia; como tampoco concilia entrar a las 7:30 o a las 8 o a las 9.
Por suerte o por desgracia cada persona tiene un trabajo, unos problemas, unos horarios, unas costumbres, una cultura, unos hijos, un domicilio más cercano o más lejano al centro. Esto hace que cualquier horario que podamos elegir sea malo para conciliar si lo que queremos es conciliar a todas las familias del centro. La única manera de conciliar sería crear un centro educativo abierto 24 horas y con una educación «a la carta» en la que cada padre decida a qué hora quiere que su hijo comience las clases, durante cuánto tiempo y hasta qué momento y esto, lamentablemente, en la sociedad española está lejos de que pueda convertirse en una realidad.
Lo que no debemos de permitir es caer en demonizar una opción que nos facilita poder recoger a nuestros hijos a las 14 horas, a las 15:30 o a las 17 teniéndolo totalmente atendido durante el mismo tiempo que con la jornada «tradicional» y nos mostremos en contra, simplemente, porque nuestra situación nos hace imposible recoger a nuestro hijo antes. Creo, sinceramente, que es injusto utilizar el poder de decisión para conseguir que otros no puedan decidir a qué hora se llevan a su hijo.
Supongo que si el que vota así, pudiera elegir de verdad recogerlo antes o después, votaría por poderlo hacer y le sentaría mal que el otro decidiera una hora de salida única y eso no nos parecería bien, porque limita nuestro derecho a decidir. ¿O no os parecía más justo cuando llevabais a vuestro hijo a la guardería poderlo recoger en diferentes horarios que sólo a las 17 horas?
Y por supuesto, antes de terminar, también quiero mostrarme a favor de todas las familias que tienen problemas para conciliar porque entran a trabajar antes de las 9 o porque sale de trabajar a las 20 o a las 22 o porque trabaja a turnos de semanas alternas. Existen muchas casuísticas, y muy diversas, y, de una manera u otra, mejor si fuera mediante las administraciones públicas, pero también, si no, con ayuda de servicios privados o subvencionados, deberían de tener derecho a poder conciliar sea como fuere.
Sólo me queda daros un mensaje de ánimo a todos y apoyar el diálogo y la cordura que son lo que nos ayuda a poder hablar y entendernos, y es lo que nos convierte en animales racionales. Gracias por haber llegado hasta aquí.